Juan Antonio Molina

Deixe um comentário

Foto: Jacques Henry Lartigue, 1919

Por Juan Antonio Molina Cuesta

La apariencia privada del referente

Siempre he sentido fascinación por esta foto. Lartigue logró convertir el acto fotográfico en un gesto de complicidad amorosa. Y logró convertir una escena prosaica en una imagen poética. Eso es lo que convierte a esta foto en un delicioso ejemplo de estética modernista.

Aprecio especialmente las fotografías que me hacen recordar algo que no he vivido. Porque sospecho que la función conmemorativa de la foto es tan plena cuando se refiere a la vivencia ajena como cuando toca la vivencia propia. Esta foto de Lartigue me hace sentir que tengo otra memoria que solamente se activa con la imagen y que solamente se refiere a la imagen. Otra memoria que es también la memoria de otro.

Pero si me hubiera gustado hacer esa foto es sobre todo porque me hubiera gustado estar allí. Hay algo muy atractivo en toda la atmósfera de intimidad que baña la escena. Y el deseo de participar se confunde con la ilusión de haber participado. El fotógrafo, en este caso, no es un observador (ni siquiera un intérprete) de lo que está pasando; es también un participante.

La mujer no está mirando a la cámara, está mirando al fotógrafo. Y yo siento que me está mirando a mí. La mirada de la persona fotografiada es lo primero que me involucra en la escena. Yo soy quien mira, pero para mí, en este momento, lo más importante (lo que más me afecta) es el hecho de ser mirado. Y eso neutraliza, en principio, mi posición de voyeur.

Pero es sólo por un momento. Después mis ojos bajan hasta los pies, recogidos con coquetería. Y siento el deseo de rozar con mi dedo la línea que se esboza entre el pie y la zapatilla. Ese impulso fetichista es el complemento de la mirada que me seduce. De alguna manera es también su opuesto. Frente a los ojos de esta mujer estoy inerte; frente a sus pies recupero mi voluntad, aparentemente.

Esta foto no es exactamente un “desnudo” femenino. Ni la mujer está completamente desnuda ni su cuerpo significa por sí mismo. La carne de los muslos se ensancha al sentarse sobre el excusado, pero esa turgencia no me hace olvidar que se trata de un excusado. La esquina de la bañera, el rollo de papel en la pared, el mueble sanitario, todos estos objetos ayudan a componer una escena, cuya percepción está condicionada por la presencia de la mujer, pero igualmente por el hecho de que la mujer está en el baño.

Descubrir esto es lo que modifica mi acercamiento a la foto. Ya mi erotismo no está concentrado en la mujer, sino en su circunstancia. Es la invasión del espacio privado, es la ilusión de compartir el momento más íntimo lo que condiciona mi placer y mi relación gozosa con esta fotografía.

Me gusta esta frase de Roland Barthes, en La cámara lúcida: “Cada foto es leída como la apariencia privada de su referente: la era de la Fotografía corresponde precisamente a la irrupción de lo privado en lo público, o más bien a la creación de un nuevo valor social como es la publicidad de lo privado.” Toda la obra de Jacques Henry Lartigue me parece ejemplar respecto a esa nueva relación entre lo público y lo privado, que surge con la invención de la fotografía. Y esta foto de Bibi pudiera ser uno de los ejemplos más elocuentes.

Lartigue tomó esta foto en 1919, probablemente durante su luna de miel con Madeleine Messager (Bibi), quien fuera su primera esposa y madre de su hijo. Hizo muchos retratos hermosos de Madeleine, incluso otra fotografía posiblemente tomada en el mismo baño.

Para mí, Lartigue es el mejor ejemplo de una práctica fotográfica cándida y hedonista. Una práctica fotográfica donde el acto de fotografiar es valioso por sí mismo y como forma de participación. Con Lartigue yo siento que el acto fotográfico está imbricado en lo fotografiado y que el fotógrafo no es un sujeto ajeno, distante o externo a lo que se fotografía. Esa manera de fotografiar es más común entre los amateurs, los turistas, las personas comunes, aquellos que no son considerados “fotógrafos”. Sin embargo, una parte considerable de la historia de la fotografía está conformada por ese tipo de imágenes, realizadas sin otra intención que el placer de fotografiar. Lo más interesante es que la riqueza de esas imágenes depende también de su falta de pretensiones y de su modestia y carencia de trascendentalismo.

México, febrero de 2011

Deixe um comentário